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Ministerio de Cultura

Juan José Saer, un narrador en busca de poesía

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Hace 84 años nacía uno de los escritores argentinos más notables, cuya obra ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura nacional. En esta nota, lo homenajeamos con un recorrido por su producción literaria.

Publicado el 28 de junio de 2021 – Ministerio de Cultura

En 1960 apareció un libro que no solo significó el nacimiento de un escritor, sino de una obra alejada de las influencias de Jorge Luis Borges quien, por entonces, ya se había posicionado como uno de los autores argentinos casi ineludibles, para cualquiera que quisiera escribir literatura. Se trata de En la zona: un conjunto de catorce cuentos de un joven veinteañero santafesino que, curiosamente, los trece primeros todavía conservan algunos ecos de la admiración que sentía hacia Borges. Sin embargo el último relato, “Algo se aproxima”, ya marca un quiebre con aquel influjo para fundar un tipo de literatura diferente, nueva, particular. Ese que se aproximaba era Juan José Saer.

Había nacido el 28 de junio de 1937, en Serodino, a cuarenta kilómetros de la ciudad de Rosario, Santa Fe. Once años después, los Saer se instalaron en la capital de la provincia, donde Juan José terminó sus estudios, comenzó a trabajar en periodismo y a tomar contacto con algunos otros escritores. Entre ellos, Hugo Gola y Juan L. Ortiz, dos poetas y amigos que tuvieron una gran influencia en su escritura. Y ese predominio de la poesía no es azaroso; se observa a lo largo de todo el conjunto de su obra.  

En ese sentido, algunos críticos coinciden en que el máximo punto de referencia del autor es la poesía y no la ficción, aun en la literatura de ficción. Esto no solo parece quedar claro en sus distintas piezas, sino también con la publicación de sus borradores y papeles de trabajo, en los que se exponen determinados documentos y materiales para entender un poco más el proceso creativo de Saer. Se dice, por ejemplo, que cuando empezaba a escribir siempre traducía un poema, como si se tratara de un precalentamiento literario. Además, hay en algunos pasajes de su obra narrativa ciertos tonos y ritmos puramente poéticos que, si el lector los recita en voz alta, se visibiliza de forma más tangible ese espíritu lírico del autor. 

Otros de sus libros de cuentos son Palo y hueso (1965); Unidad de lugar (1967); La mayor (1976); Lugar (2000) y también, claro está, publicó títulos de poesía como los compilados en El arte de narrar: poemas 1960/1975 (1977). Además, Saer se destacó con notables novelas, como Responso (1963); Cicatrices (1969); El limoreno real (1974); Nada nunca nada (1980); El entenado (1983); Glosa (1986); y ensayos como El río sin orillas: tratado imaginario (1991); El concepto de ficción (1997); La narración-objeto (1999). 

Foto gentileza: Los libros de la buena memoria.

Hay quienes dicen que a Saer no le gustaba que hablaran de sus personajes, pero sus protagonistas literarios lo hacían por él. Y en ellos hay un gesto de aproximar al lector, en sus diálogos e historias, a determinadas cuestiones que hacen tanto a la forma como al contenido. El vocabulario y la sintaxis de Saer construyen un lenguaje, con cierta evocación y por momentos, un tanto regionalista y provincial. Deja algunas entradas hacia su propia zona, su propio espacio, y porque desde allí escribió. Tal vez como sucede en los textos de Héctor Tizón; pero no se trata de una lengua como la de Roberto Arlt, marcadamente porteña, o aquella bien rioplatense de Borges.

Además, en sus obras, no hay una intención o postura de erudición, como ocurre en los textos de Cortázar y del propio Borges también. Los personajes de Saer no son aquellos a los que el autor pone a conversar acerca de temas filosóficos, metafísicos, teológicos. “Nunca quiso parecer inteligente”, expresan algunos. Y es que el santafesino no intentó construir y exponer, de algún modo, un canon o biblioteca personal a partir de su literatura. Escribió, más bien, desde un lugar diferente, cuyas estrategias de escritura demuestran el alejamiento de aquella perspectiva; es decir, de la literatura borgiana: no introduce la intertextualidad, ni la evocación prominente de nombres, autores, libros, ni el recurso del relato enmarcado al estilo de Las mil y una noches como procedimientos literarios. Sí, por ejemplo, inventó personajes que según los expertos son muy reconocibles en muchos de sus allegados. Entre ellos, Washington Noriega, una clara referencia al poeta entrerriano que más admiró: Juan L. Ortiz. Se trata, además, de uno de sus queridos protagonistas que estará presente en más de un texto saeriano.

Si se atiende, por otra parte, a determinado pensamiento político, Saer no introduce ideologías o posicionamientos explícitos. “Tiene una gran capacidad para cifrar lo histórico y lo político”, decía el escritor Ricardo Piglia. Sin embargo, varios de sus personajes quedan atravesados por las consecuencias políticas que asoman en las historias. Por ejemplo, aquellas que tuvieron que ver con el Golpe de 1955 y la última dictadura militar. Así, algunos personajes como sindicalistas, abogados o el propio Washington Noriega y su pasado anarquista que se va descubriendo poco a poco, no vuelven a ser los mismos luego de que el contexto político los quebrara de alguna forma. 

En 1968 se estrenó en Buenos Aires un film dirigido por Nicolás Sarquís, basado en su cuento “Palo y hueso”, con guion del propio Saer. Ese mismo año viajó a París con su mujer y comenzó a trabajar como profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Rennes. Allí nació su hijo Jerónimo y, con su segundo matrimonio, su hija Clara. Luego, vinieron otras adaptaciones de sus textos como Nadie nunca nada (dir. Raúl Beceyro, 1988) y Cicatrices (dir. Patricio Coll, 2001). 

No obstante, Juan José Saer no logró ocupar un lugar de centralidad dentro de la literatura argentina. Estaba más bien por los márgenes del mercado editorial. Algunos lo atribuyen a que fue un escritor a quien nunca le interesó tener agente literario, cuando la mayoría de los autores de ese momento ya trabajaban de ese modo, no solo para entablar relaciones con las distintas editoriales, sino también para presentar sus obras a concursos. Saer solo ganó el Premio Nadal en 1987, por su novela La ocasión, y otra distinción francesa no tan conocida, por la traducción de El entenado

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