Ministerio de Cultura
Cristina Escofet: “La historia es la novela más maravillosa que se pueda leer”
La reconocida dramaturga es la autora de La Malinche, en cartel en el Teatro Nacional Cervantes hasta el 28 de abril.
Publicado el miércoles 24 de abril de 2024
Malinalli -La Malinche-, nació hacia el 1500 en un pueblo del Imperio Azteca. Tenía un origen noble, pero al morir su padre, fue entregada como esclava por su propia familia. Más tarde fue ofrecida al conquistador español Hernán Cortés, para quien traducía los idiomas náhuatl y maya (que había aprendido cuando era esclava) y luego, cuando lo aprendió, también el castellano. Fue amante de Cortés y tuvieron un hijo juntos, que es considerado uno de los primeros mestizos de América.
Malinche fue clave en la conquista española de México, no sólo por su rol de intérprete sino también por sus trabajos de diplomacia y como consejera de Cortés. Por eso, su figura se convirtió en el estereotipo de la traición. Sin embargo, algunas corrientes la muestran como víctima, y sobreviviente, de esa situación. Y otras, como la persona que posibilitó una nueva cultura mestiza del México actual.
Fue una mujer bisagra entre las culturas mesoamericanas y española. Su vida, derrotero y legado se muestran en la obra La Malinche, que se puede ver en la sala Orestes Caviglia, del Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, CABA), de jueves a domingos a las 19.30 h, hasta el 28 de abril.
Escrita por la dramaturga Cristina Escofet, La Malinche, situada entre el 1500 (nacimiento de Malinalli) y el 1523 (reconquista de Tenochtitlan por los españoles de Hernán Cortés), la pieza, de corte confesional, termina con la protagonista a punto de parir. La hipótesis en que se sustenta es que si la conquista dejó un legado, es el de pertenecer a un mestizaje incierto.
Cristina Escofet, profesora de Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), es una reconocida dramaturga que tiene escritas más de veinte obras, muchas sobre mujeres, como ¡Ay, Camila! (sobre de Camina O’Gorman), Fridas (sobre Frida Kahlo), Yo, Encarnación Ezcurra (sobre la esposa de Juan Manuel de Rosas) o Bastarda sin nombre (sobre Eva Perón). “Me he buscado o, no sé si me he buscado, las cosas a veces se buscan y a veces vienen a tu encuentro, siempre me he encontrado referenciándome en mujeres de la historia que me han interesado. Pero no sólo he escrito sobre mujeres, también he escrito sobre el cura Carlos Mujica (Padre Carlos, “el rey pescador”) y acabo de terminar una obra sobre Vincent van Gogh”.
En esta entrevista, Escofet habla sobre el teatro y fundamentalmente sobre La Malinche: los cuatro años de investigación que le llevó, cómo fue la escritura, qué le pareció la puesta del director, y amigo, Andrés Bazzalo.
“Hay una apuesta de riesgo y de búsqueda”, dice Escofet, y con relación al trabajo de las actrices, agrega: “En Ana Yovino (Malinche) tenés a la heroína clásica, el viaje de la heroína sería en vez del viaje del héroe. Esa mina feroz que dice yo soy esto y después tenés en Maia Mónico (Cantora), un personaje que es andrógino, atemporal, que por momentos parece transhumano”.
-¿Por qué La Malinche?
-Una sola respuesta no hay. Una de las posibles es que estoy ligada a México a través de mi hermana que partió, lamentablemente, pero que había elegido la tierra mexicana como su patria de residencia por más de cuarenta años. Además de ser una bióloga destacadísima, era una mujer de una cultura inmensa, con quien tuve largas conversaciones sobre la “chava esta”, como le decía ella a La Malinche.
-¿Y otra de las respuestas?
-Me cautivan las historias de los antepasados y los antepasados son los pueblos originarios. Mi madre, una conocedora de la toponimia araucana, era una docente en Caleufú, un pueblo de La Pampa; recién recibida llevó a los estudiantes a visitar al último cacique araucano que vivía en una cueva, porque ella quería que supieran cuál era el color de los dueños de la tierra. Por hacerlo, recibió una reprimenda por parte del inspector de la época. O sea que tengo una formación de respeto a las tradiciones. Y por otro lado, la vocación por el estudio, y la intuición y la curiosidad como escritora. Soy una persona muy curiosa, casi obsesivamente curiosa. Por todo. La historia me apasiona. La historia es la novela más maravillosa que se pueda leer.
-Leí que investigó cuatro años para escribir la obra, ¿sobre qué materiales trabajó?
-Siempre camino por mi barrio, donde hay muchas librerías, y un día me encuentro con un libro que se llama Muerte a filo de obsidiana, de Eduardo Matos Moctezuma; otra vez me encuentro con los libros de Mercedes de la Garza; me voy encontrando lecturas y empiezo una travesía, que es como llamo a la investigación, una aventura. Me levanto y leo y sigo leyendo y me empiezo a impregnar por la historia. Hay lecturas importantísimas: El México antiguo, de Bernardino de Sahagún, que en uno de mis viajes a México, mucho antes de escribir esta obra, lo compré sin saber que me iba a servir de mapa de ruta para la investigación. También La conquista de América: el problema del otro, de Tzvetan Todorov; Mujeres de dos mundos en la Conquista española, de Leonor Calvera. Hay un libro maravilloso de Salvador de Madariaga que se llama El corazón de piedra verde, que novela los sentimientos de esa sociedad ritual, sacrificial. De Bernardino de Sahagún me impresionó cómo trae la mitología, una mitología con la cual hay que familiarizarse. Allí me encuentro con la figura de Tonantzin, que Sahagún la describe como una diosa que arrastra una cuna vacía, dentro de la cuna hay una piedra para encender el fuego: un cuarzo y una espada. Es la diosa faldas de serpiente. Emparentada, dice Shagún, con el mito de Eva, la serpiente y el castigo. Ahí vi signos fundacionales, por un lado, entre fundaciones y guerras y, por otro, una cuna vacía, es decir, una identidad a descifrar. Me fascinó y me agarré de esa imagen para escribir. La mitología me atrapa, porque es polisémica. Por supuesto he leído a Octavio Paz, a Carlos Fuentes. Fui tomando materiales, desechando otros. Y luego hice mi propia configuración.
-¿Cómo fue el proceso?
-Hermoso. La investigación me gusta mucho. Disfruto con la lectura, con el estar en otro mundo, con las traslaciones temporales, con estar en otro siglo. Fue una historia que me fue llevando, sin saber que la iba a poder escribir.
-¿Empezó la investigación con la idea de escribir?
-Empecé a investigar con la idea de escribir y después seguí investigando con la idea de investigar.
-¿Cómo fue la escritura?
-Fue raro. Estaba con otras obras e iba haciendo anotaciones en un cuaderno de bitácora. Un día, un periodista amigo me hace una nota, me pregunta qué estaba haciendo y yo le dije que estaba investigando sobre la conquista española. Otra vez, me hace otra nota, me pregunta qué estaba haciendo y le vuelvo a decir que estaba investigando sobre la conquista española. En la tercera nota me dice: “¿no sos un poco burra?” (risas). Cuando llego a mi casa, voy a ver el cuadernito y la obra estaba escrita.
-¿Se sorprendió?
-Me di cuenta de que la observación que me había hecho el periodista estaba bien hecha. En un momento hay que terminar las cosas.
-El proceso de escritura, ¿también lo disfrutó?
-La mayoría de las veces hago escritura automática, y la disfruto, sí. Cuando no disfruto algo, hago otra cosa.
-¿Qué sucede con la obra?
-Es un furor. Lo que sucede es lo que se ve en el teatro. Yo puedo decir lo que me pasó a mí con la puesta.
-¿Y qué le pasó con la puesta?
-Yo tengo un vínculo libre con los directores: parto de la idea de que si a un director le gustó tu obra, no es para arruinártela. Me dejo sorprender. ¿Qué me pasó con esta obra? Fui abducida por un sueño. Me costó mantener separadas a la autora de la espectadora. La autora no sé dónde quedó, me sumergí en esa estructura polisémica e interdisciplinaria y me dejé penetrar por la ritualidad, por la fuerza arquetípica. Los arquetipos son, como los describe (el psiquiatra suizo) Carl Gustav Jung, modelos primordiales que operan en lugares del inconsciente. Yo trabajo mucho los arquetipos. En la obra, hay muchas figuras arquetípicas: la figura demoníaca, el secreto de la sacerdotisa, el mago. Hay una fuerte carga de exorcizar una historia muy densa que nos atraviesa, de mucha sangre. Eso vi en la puesta; y me dejé transformar. La obra es casi un sueño, en la que la totalidad es superior a cada una de las partes. Es una estructura onírica, ni femenino ni masculino, luces y sombres, muy jungiana, con una intertextualidad pocas veces vista. Creo que la puesta rompe el sentido analógico de la percepción, sin caer en la tentación del algoritmo de lo digital.
-Entiendo que usted eligió a Andrés Bazzalo, ¿por qué quería que fuera él quien dirigiera la obra?
-Con Andrés nos conocemos desde hace muchísimos años. Él dirigió otras obras mías, la última fue: Yo, Encarnación Ezcurra. Cuando le conté que estaba escribiendo una obra, me invitó a la casa para que se la leyera. Le encantó. Era el material que él estaba buscando. Él quería algo barroco y yo soy bastante barroca en la escritura.
-El diseño audiovisual incluye dibujos realizados con IA, ¿qué le pareció este recurso?
-Sí, son generados digitalmente. Le aporta el colorido y, cuando digo colorido, me refiero al colorido de la sangre artificial, el colorido de las ferias, el colorido de los mercados, el colorido de la vida. En esa pirámide (n. de la r.: la pirámide es parte de la escenografía), se ve todo. La intervención te trae esa memoria del color. Te impregna como si hubieras estado ahí, como si fuera un recuerdo de aquello. Me pareció muy bien logrado.
-Como dijo antes, la obra tiene mucho de ritual y de onírico, ¿cómo trabajó esa atmósfera a la hora de escribir?
-Para escribirla, estudié el náhuatl y puse canciones en esa lengua. El material es del 1500, por lo que hay que familiarizarse con esos dioses y con ese mundo de la naturaleza, de la sensualidad. Y hay una sabiduría en el lenguaje. Es decir, las palabras no se pueden manipular tan a piacere como se cree. Las palabras te hablan, te vienen a buscar, te dicen por dónde. ¿Hablo o me dejo hablar por la obra? Yo diría que me dejo hablar por la obra. A los personajes hay que dejarlos soñar, respirar, hay que trasladarse a ese otro tiempo. Entonces uno es hablado por las palabras. Y cuando las palabras te hablan, te traen en qué cuota están los sueños, en qué cuota está lo que me imagino. No lo juzgás al personaje, dejás que el personaje te hable. Yo no escribo desde fuera, escribo desde dentro. Bueno, fueron cuatro años conviviendo con La Malinche.
-Que haya un músico en escena, ¿estaba escrito en la obra o fue una elección del director?
-Yo siempre pongo la canción y la poesía. Para mí son necesarias en el sentido brechtiano, por el efecto del distanciamiento: es lo que permite ver la historia desde otro lugar. Además, en estas estructuras tan confesionales, tan ligadas a un monólogo, hay que encontrar dónde está la palabra que permita decir lo mismo pero desde otro lugar. Lo poético es para mí casi como ADN. Vengo de La Pampa, tierra de poetas.
-¿Qué significa la poesía para usted?
-El filósofo Byung-Chul Han, entre otros grandes pensadores, dice que el mundo ha perdido la metáfora, y yo comparto ese análisis. Para mí hay una necesidad imperiosa de recuperar metáfora porque es recuperar sentido y es recuperar la posibilidad de que una historia sea eso que estás viendo y también aquello otro que estás pensando o estás relacionando. Y eso te lo da la poesía. La palabra poética te restituye silencio, por eso la poesía está siempre en mis obras. Porque la poesía te permite respirar en la contradicción, en la duda, en el dolor.
-Además de teatro, escribió narrativa, como novelas y cuentos, ¿por qué terminó eligiendo el teatro?
-El teatro me resultó un refugio interesante. En mi ensayo Arquetipos, modelos para desarmar, lo definí como la restitución simbólica de la acción. El escenario te restituye aquella parte que la realidad te niega. Fui actriz desde muy chica y después hice mi carrera como profesora de Filosofía. Luego fui separada de la cátedra (en la Universidad de La Plata), en épocas complejas de esta sociedad, y volví al teatro porque me permitía decir lo que tenía ganas de decir. Quizás fue una excusa para reflexionar. El teatro me cautivó. El que pisa un escenario, no se baja más, y no me bajé más. El teatro es la única literatura que se convierte en un hecho colectivo. Eso me fascina, es cautivante, maravilloso. El filósofo (dramaturgo y novelista francés) Alain Badiou dice que si una noche cualquiera, alguien sale de una sala de teatro y se queda pensando, se produce un hecho de reflexión. Y cuando el hecho de reflexión se multiplica, se hacen preguntas. El teatro es un suceder, además sucede todas las noches y además sucede diferente.
-¿El teatro la enamoró?
-Sí, es un amor el teatro. Creo que he vivido para el teatro.
-Está trabajando en algún proyecto?
-Sí, tengo a una mujer dibujada, que está esperando que la termine.
-¿Se puede saber quién es?
-María Antonieta. Me encontré con cosas sorprendentes. Iba con una idea y me encontré con otras cosas. Terminé de escribir una obra que se llama Ancestras, donde me encuentro con toda la fuerza arquetípica y termino en recuperar la fuerza ancestral de los inmigrantes, de mis abuelos inmigrantes, de mi abuela inmigrante. Recupero lo arquetípico, si bien tomo figuras de los cuentos de hadas, de la mitología, de la historia, se van encadenando en la vida personal. Me gusta el mundo de lo femenino. Me han atrapado las mujeres de mi familia. Me han cautivado.
FICHA TÉCNICA LA MALINCHE
Actrices: Maia Mónaco y Ana Yovino
Músico en escena Maximiliano Más
Diseño de vestuario Adriana Dicaprio
Diseño de escenografía Alejandro Mateo
Diseño de iluminación Soledad Ianni
Diseño y realización audiovisual Lucio Bazzalo
Música original y dirección musical Gerardo Morel
Dirección Andrés Bazzalo
Asistencia de dirección TNC Vanesa Campanini
Producción TNC Lucía Quintana, Sofía García Jabif y Anabella Iara Zarbo Colombo
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