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Ministerio de Cultura

Betina González: “Toda escritura es felicidad”

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La multipremiada escritora argentina publicó este año “La obligación de ser genial”, un libro de ensayos sobre escritura y lectura en clave feminista, en tanto en septiembre saldrá su próxima novela: “Olimpia”.

Publicado el 14 de junio de 2021 – Ministerio de Cultura

Betina González es magíster en Escritura Creativa por la Universidad de Texas El Paso y doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh. En la actualidad enseña literatura y escritura en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Nueva York en Buenos Aires (NYUBA). Además de su carrera académica, González –que nació en 1972 en el partido bonaerense de San Martín­– publicó Arte menor, que recibió el Premio Clarín Novela en 2006, el libro de relatos Juegos de playa, ganador del segundo premio del Fondo Nacional de las Artes (FNA) ese mismo año, y Las poseídas, que obtuvo el Premio Tusquets de Novela en 2012. También la novela América alucinada (2016) y la colección de cuentos El amor es una catástrofe natural (2018). Por Gog y Magog acaba de publicar La obligación de ser genial, un libro de ensayos en el que reflexiona sobre la escritura.

-¿Tiene alguna rutina de escritura?

-Escribo siempre por la mañana y por poco tiempo. No más de dos horas. Cuatro, en los mejores días. Para mí es algo demasiado intenso como para hacerlo por más tiempo. Por supuesto, también hay horas dedicadas a la lectura en torno a ese libro que escribo. Por suerte no tiene nada de rutinario. Antes tenía fobias y requisitos para ese momento del día. Las fui corrigiendo. El único que me quedó es el silencio. Buenos Aires es una ciudad difícil para eso, el mundo está difícil para eso, en general. Antes de la pandemia, en mis viajes de San Martín a CABA, la cabeza seguía trabajando, así que la escritura también me ocurría en los trenes; hay frases de cuentos que quedaron anotadas en los libros que estaba leyendo en ese momento, en libretas, si tenía la suerte de haber puesto una en la mochila.

-¿Por qué eligió estudiar Ciencias de la Comunicación?

-Estudié Letras y Comunicación en paralelo durante tres años. Cuando no pude sostener ese ritmo por los trabajos, decidí quedarme en Comunicación. Por muchas razones: la formación epistemológica en Ciencias Sociales me parecía un entrenamiento en la observación de los fenómenos humanos mucho más agudo, filoso; también en Sociales había y hay un sentimiento de comunidad, trabajás mucho en grupo, y la escritura ocupa el rol central, no solo porque es una carrera que forma para ámbitos que requieren una práctica creativa, como el periodismo y la publicidad, sino porque para el científico social la escritura es parte de su “laboratorio”. Contar historias, eso ocurre en Sociales. No me ocurría en Letras. Pero tampoco hay que ver demasiado en esa decisión, años después hice el doctorado en Literatura Latinoamericana así que… terminé lo que había empezado. Haber vuelto de Estados Unidos y estar enseñando en Comunicación también es una elección, es una de las felicidades de mi vuelta.

-¿Con qué expectativas se fue a Estados Unidos y qué la hizo quedarse a vivir casi diez años en ese país?

-No me fui a “vivir” sino a estudiar; es gracioso cómo usamos el lenguaje… nadie se va a “vivir”, como nadie se queda a “vivir”, aunque si tengo que seguir el juego, puedo decir que yo en Buenos Aires apenas vivía. Trabajaba demasiadas horas y, al igual que todo argentino, creía que eso era “normal”, que eso era la vida. Escribía y eso era lo que quería hacer con mi tiempo, pero todo era muy difícil en la Argentina del 2001. Gracias a mi hermana descubrí el programa de El Paso y me di cuenta de que era mi momento ahora o nunca. La única expectativa, entonces, era ir al programa de UTEP, no “vivir” en Estados Unidos. En ese momento era casi la única universidad que ofrecía una maestría en Escritura Creativa en la que pudieras escribir en español y sigue siendo la única, que yo sepa, que ofrece un programa bilingüe. Eso era especialmente atractivo para mí porque el inglés y las literaturas en esa lengua siempre fueron parte de mi mundo imaginario. Bueno, sí fue un antes y después para mí; tres años alucinantes en los que no solo escribí Arte menor, escribí y leí muchísimo, conocí gente que se jugaba todo a las palabras… Fue un antes y un después desde muchos puntos de vista. Después… bueno, me enamoré de alguien y me fui quedando.

-Sobre el acto de escribir ficción, ¿siente que cambió algo entre su primer libro, Arte menor, y el último, El amor es una catástrofe natural?

-El gran cambio para mí fue con Las poseídas, en muchos sentidos, esa novela es mi primer libro, los dos anteriores, bueno, ahí estaba en “mi lento aprendizaje”, como diría (Thomas) Pynchon. Me llevó tiempo darme cuenta de que la lucha es contra la lengua, contra el estilo, contra las voces en tu cabeza y que esa lucha de toda escritora siempre es una lucha por escribir cada vez de modo más libre. Nunca estoy del todo cómoda en un solo lugar. De ahí, creo, que aparezcan tantos personajes “entre vidas” o seres in between en mis ficciones. Una forma de liberación para mí es el hecho de vivir en dos lenguas, no estar en ninguna; ese ni adentro ni afuera de la lengua es mi lugar. Escribo así. Fue ocurriendo y ocurrió en su verdad más esencial con ese libro, donde empecé a jugar con otros lenguajes y caminar un borde entre-vidas, entre-géneros, un realismo distorsionado (en ese caso por el gótico). Tanto irme a Estados Unidos como volver a Argentina fueron experiencias de liberación. Hablar una segunda lengua es contar con un arma secreta, una forma de percepción y de vigilancia de la propia lengua y del estilo, esos dos horizontes “naturales” –uno social, el otro individual– contra los que lucha cualquier escritora, esas estructuras automáticas o formas de expresión que están tan arraigadas que se convierten en una suerte de tejido muerto. Pero como la escritura es devenir, es seguro que en algún momento escribiré de otros modos, cuando cambie, sea otra cosa. De hecho, Olimpia, la novela que sale en septiembre, ya es “otra cosa”.

-¿La hace más feliz escribir cuento, novela o ensayo? ¿O depende de las circunstancias?

-Toda escritura para mí es felicidad.

-Usted es escritora de ficción y, al mismo tiempo, teórica de la ficción. ¿Cuándo surge el interés por la teoría y cómo se conjugan ambas actividades?

-No me considero una teórica de la ficción. Todo ocurre en el hacer y la escritura sobre un hacer es parte de ese hacer mismo. Es decir, escribo un libro de ensayos con la misma pasión y felicidad e incluso con los mismos movimientos rítmicos que un cuento. En La obligación de ser genial reflexiono sobre la práctica de la escritura y en ese reflexionar hay una práctica en acción, es un hacer, como el de cualquier artista. ¿Leonardo Da Vinci era un teórico de la pintura? Y sin embargo en sus Cuadernos dejó tesoros para los artistas que siguieron. Eso es más fuerte para la literatura. No hay esa distinción entre teoría y práctica para quien hace cosas con palabras.

-En el cuento La joven sin atributos, la protagonista quiere el nombre (y la vida) de su vecina; y en América alucinada, dos personajes femeninos se llaman de una manera, pero les dicen de otra. ¿Por qué la convoca este tema?

-Esa pregunta la tiene que contestar usted o un crítico. Como dice (Ernest) Hemingway, “no me contratan para explicar mis propios cuentos”. A mí también, como a él, me desagradan los explicadores y espero no transformarme en una.

-¿Siente que las escritoras y los escritores tienen un universo de temas que los interpelan y sobre los que escriben?

-Los temas preexisten al acto de la escritura, los temas pertenecen a la cultura, a los críticos, al periodismo, la Academia, el mercado, etcétera. Una escritora no tiene nada que hacer con los temas.

-Una de las primeras cosas que me gustó de La obligación de ser genial fue el uso del corrimiento del universal masculino al universal femenino para referirse a la escritora y a la lectora. ¿Cómo tomó esa decisión?

-Es la pregunta que más me hacen sobre este libro, lo cual no deja de sorprenderme y, a la vez, muestra que esa marcación era necesaria. Yo no pensé que iba a resaltar tanto porque ese gesto, esa intervención es algo que el movimiento feminista ya viene haciendo en inglés desde los ochenta (marcar en femenino los posesivos para salir del his que se usaba como regla para writer o author), entonces no es novedosa, pero se ve que acá faltaba ese gesto. Para mí es muy potente porque la intervención que logra el uso del femenino va más allá del mundo de la literatura. Es un modo de despertar a quien lee al hecho de que todo sujeto social siempre ha sido masculino.

Siento que en Argentina nos saltamos esa marcación, que es poderoso el uso del femenino para marcar eso. Y como este no es un libro de teoría sino un libro anclado en mi experiencia personal, que está marcada por el hecho de autodefinirme como mujer, me parece coherente usar el femenino. ¿Quién soy yo para hablar por otros? Hablo por mí. Y en ese hablar, recupero, además, el sonido hermoso de la letra “a”, pero eso no implica que algo de lo que yo pensé no pueda convocar a otras personas, a varones o a personas no binarias, yo espero que sí, que se sientan convocadas. Hay muchas formas de ser inclusiva, por suerte. Cada autora encuentra la suya. Por otra parte, como decía (Jorge Luis) Borges: “Agregue los ‘sin embargo’ y ‘no obstante’ en donde le parezca”, lo importante es la fuerza de las ideas”, o algo así, su idea es que en el ensayo no hay que matizar, hay que ser exagerada. Acuerdo con eso.

-En ese mismo libro, usted dice que para escribir hay que arriesgarse, hay que tomar riesgos, ¿cuáles son esos riesgos? ¿Qué se arriesga cuando se escribe?

-Contestar esa pregunta implicaría leer en voz alta dos o tres de los ensayos que hay en el libro. Creo que ahí ya está contestada, cualquier cosa que yo agregue ahora arruinaría la forma en la que fui desentrañando esos riesgos en esos textos.

Fotos: Gentileza Betina González.
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